La Pernía, montana palentina

 

Don Laureano Perez Mier publicó este estudio en el Diario Palentino en el año 1957.
En esta investigación histórica se tratan estos asuntos principales:

1.- A través del EXPEDIENTE DE FILIACIÓN E HDALGUIA, descubre a D. Gregorio de Mier y Terán, que emigrará a Mejico y que contará entre sus nietos con una que se casará con Magencio de Polignac.
Año 1692: D. Felipe de Mier y Terán y Dña. Ana Duque. Tienen un hijo D Felipe, (y otro que se llamó José), que se casará con Josefa López y murió en 1757.
El hijo mayor también se llamó Felipe de Mier López se casó con Manuela de Mier. El hijo mayor de éstos se llamó Antonio de Mier y Mier se casó con Dña. Antonia Alonso de Terán. El 7mo. de sus hijos (n. en 1796) es GREGORIO DE MIER (ALONSO) DE TERAN.

2.- Narra parte de la historia de ese D. Gregorio en Méjico. Tuvo cuatro hijos: Luisa, Antonio, Dolores y Teresa apellidados DE MIER Y TERAN Y CELIS. (También de Pernía la madre?).

3.- Viaje de Antonio de Mier y Terán y su esposa Isabel Pesado por muchas naciones y cómo se cumplió su voluntad de repartir dinero en Redondo y Pedrasluengas.

4.- En 1794 toda Pernía da poderes a D. Felipe de Mier y Terán para que actúe a favor de ella ante el Consejo de Castilla.

Nota: la nieta de Gregorio que emparentará con el Príncipe Polignac de Mónaco (luego tomarán el apellido Grimaldi), nacerá de la hija mayor de ese Gregorio, es decir, de Luisa de Mier (y Terán) y de Celis.

El “Rottchild mejicano” D. Gregorio de Mier y Terán, tercer abuelo del actual Príncipe de Mónaco, nació en el pueblecito palentino de Redondo.

Su nieta casó con el Príncipe Magencio de Polignac, de Mónaco y su nieto Ignacio con la hija del Presidente mejicano Porfirio Diaz.

Unos curiosos documentos que hoy son noticias periodísticas.

La boda de los príncipes de Mónaco, celebrada la primavera pasada y acontecimiento de la máxima resonancia en la prensa de todo el mundo, despertó entre nosotros una gran simpatía hacia la feliz pareja por su visita a nuestra Patria y por la prolongada permanencia de los rencién casados en nuestras playas durante su luna de miel.

La prensa haciéndose eco de las ascendencia española del Príncipe Rainiero dijo entonces que la abuela paterna del Príncipe, doña Susana de la Torre de Mier y Terán, hija de don Gregorio de la Torre y de doña Luisa de mier y Terán, era descendiente por su abuelo don Gregorio de Mier del Rottchild mejicanos, de la linajuda familia santanderina de los Mier y Terán.

El venturoso acontecimiento que para los Príncipes de Mónaco representa hoy el nacimiento de su primogénito –siguiera sea ella Carolina Luisa Margarita y no Gregorio, como hubiera sido de nacer varón-, nos depara ocasión propicia de demostrar no solamente que “el Rottchild mejicano” y tercer abuelo del Príncipe Rainiero nació en el pueblo de Redondo, en la montaña palentina, sino que la familia de Mier y Terán se hallaba radicada en el mismo pueblo de mucho tiempo atrás, ejerciendo notable influencia en aquella comarca a la que los descendientes del magnate mejicano siguieron favorencien y considerando como su patria chica.

Los documentos que hoy ofrecemos a los lectores de DIARIO-DIA –también los documentos pueden ser noticia periodística, escalando así las páginas interiores del operiódico-, referentes a don Gregorio de Mier y Terán, asi como a sus ascendientes y descendientes se hallan tomados respectivamente: 1) de los libros parroquiales de San Juan y de Santa María de Redondo: 2) del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid: 3) del protocolo notarial de Cervera de Pisuerga, actualmente en el Archivo histórico provincial de Palencia: 4) de un libro interesantísimo titulado “Apuntes de viaje. De México a Europa”, libro que debe ser inscrito entre los “raros bibliográficos”.

Comenzaremos por el extracto y árbol genealógico del expediente de filiación e hidalguía promovido el año 1817 por don José de Mier alonso y por don José de Mier Torices, vecinos de Santa María, en el Valle de Redondo. El expediente que se halla en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, en la Sala de los Hijosdalgo, legajo 1.344, número 34, contiene los siguientes extremos: a) petición y demanda ante los Alcades de Hijosdalgo de la Real chancillería de Valladolid, mayo de 1817: b) compulsa de partidas sacramentales en San Juan y Santa María de Redondo, 27 de agosto de 1817: c) textimonio de padrones del Valle de Redondo correspondiente a los años 1816, 1771, 1737, 1730 y 1692; y d) información testifical, practicada el 7 de agosto de 1817.

Tanto los litigantes como todos sus ascendientes por ambas líneas figuran en los padrones de distinción de estados como pertenecientes al Estado Noble de Hijosdalgo hasta el último padrón del año 1816. La información testifical prueba que los litigantes y sus ascendientes estuvieron siempre en posesión de su Estado Noble de Hijosdalgo.

Según los expresados datos, en el padrón del año 1692 don Felipe de Mier y Terán y doña Ana Duque figuran como padres de don Felipe y de don José de Mier Terán, bautizado el segundo el 23 de marzo de 1695 fecha a la que no alcanzan los libros parroquiales que se conservan actualmente.

El primogénito don Felipe de Mier y Terán Duque casó con doña Josefa López, y según consta en la partida de defunción que acaeció en San Juán de Redondo el 27-11-1757. “dejó por sus testamentarios a D. Joseph de Mier su hermano y vecino de Santa María y Phelipe de Mier su ijo, y por ijos lexitimos y Da. Josepha López su lexitima mujer, a Phelipe, Santhiago, Maria y Phelipa de Mier y Terán”. (Libro de defunciones al folio 36). Doña Josefa López falleció en Santa María de Redondo el 11-9-1785 hallándose la partida inscrita al folio 38 del libro correspondiente.

El primogénito de los anteriores, don Felipe de Mier López casó el 26-7-1763 con doña Manuela de Mier y Terán, falleciendo esta cinco años después, el 23-10-1758; don Felipe, en cambio, vivió hasta el 22-11-1797. En su partida de defunción inscrita al folio 114 v. Del libro de San Juán de Redondo se lee: “quedaron por sus herederos Antonio y Francisca de Mier sus hijos lexitimos y Manuela de Mier su primera muger, y mas Antonia de Mier su hija lexitima y de Ursula de Mier, su segunda muger”.

Don Antonio de Mier y Mier nacido en 1754 contrajo matrimonio en 1783 con doña Antonia Alonso de Terán, natural de Piedrasluengas, de cuyo matrimonio nacieron doce hijos por el siguiente orden: 1) Joseph del 30-3-1784; 2) Agustín del 15-4-1786; 3) Baltasar del 13-1-1788; 4) Juana el 3-1-1790; 5) Tomasa el 21-12-1791; 6) Francisco el 1-2-1794; 7) Gregorio el 24-4-1796; 8) Matías el 24-2-1798; 9) Celestino 9-4-1800; 10) María Dolores el 17-4-1802; 11) Susana Felipa el 23-8-1804 fallecio muy niña; 12) Angel el 1-3-1806.

He aquí la partida de bautismo del que con el tiempo sería famoso personaje, don Gregorio de Mier y Terán, tal como se contiene al folio 79, del libro de bautizados de San Juan de Redondo, año de 1796:

“Gregorio Mier (al margen). En veinte y siete de abril de este año de mil setecientos noventa y seis yo Dn. Antonio Martinez Beneficiado de preste y Cura Teniente en esta Parroquia de San Juan Valle de Redondo, bauticé solemnemente, puse oleo y chrisma, y hice los demás exorcismos que previene el Ritual Romano a Gregorio hijo lexitimo de Antonio de Mier y Antonia Alonso ambos de primer matrimonio, vecinos de etse lugar aquel también natural y esta de el lugar de Piedrasluengas, obispado de León, es nieto de Fellipe de Mier López y Da. Manuela Mier, tambien vecinos y naturales de este, y asimismo nieto de Josef Alonso y Antonia de Terán vecinos de el dicho Piedrasluengas aquel de alli natural y esta de el lugar de la Puente Pumar en el valle de Polaciones dile por abogado a Sto. Toribio Mogrovejo nacio el dia veinte y quatro de dicho mes y año como lo afirmo Antonio de Mier Morante vecino y natural de este valle que fue su padrino a quien advertí el parentesco espiritual con lo demás que previene el Ritual Romano y en fe de ello lo firmo con dicho padrino y testigo felix simon ntural de este dicho, ut supra Antonio Martinez (rubricado) Antonio de Mier Morante (rubricado) Felix Simón (rubricado).

La partida de bautismo del hermano mayor de Gregorio es decir de José, la cual se halla al folio 43 y año de 1784, se inscribe asi: “Joseph Antonio de Mier y Terán”, y en el cuerpo de la partida tanto su padre como su abuelo paterno figuran con el apellido compuesto “de Mier y Terán”.

El padrino de bautismo de Gregorio, Antonio de Mier Morante, tercer abuelo materno nuestro y biznieto a su vez por liena paterna de don Felipe de Mier y Terán y Ana Duque, fue por su matrimonio con doña Gabriela Alonso de Mier natural de Pedrasluengas, padre de José de Mier Aloonso, el que juntamente con José de Mier Torices promovió en 1817 el expediente de filiación e hidalguía en la chancillería de Valladoliz al que nos referimos al principio.

Los padres de Gregorio de Mier, don Antonio de Mier y Mier y doña Antonia Alonso de Terán, fallecieron en San Juán de Redondo, con diferencia de cuatro dias el 23 y el 27 de febrero del año 1809, cuando su hijo Gregorio contaba 12 de edad y 25 su hermano José el primogénito, que pasa a ser cabeza de familia. En 1816 José figura como regidor en el padrón del mismo año y en 1820 aparece asimismo como Alcalde Constitucional de Redondo en la escritura de “recorrido de mojonera” que se verifica cada nueve años entre Redondo y Brañosera. (Archivo Histórico Provincial de Palencia: legajo 1.327: índice de escrituras públicas que el citado año pasan por el Oficio de don Gaspar Gómez Inguanzo).

Por fortuna se conserva también el libro de matrícula correspondiente a estos años, donde se relacionan actualmelnte como es sabido, las personas que vienen obligadas al cumplimento de las leyes eclesiásticas. Gregorio de Mier aparece la primera vez en la matricula correspondiente al año 1805 cumpliendo el precepto de sola confesión, y dos años después en 1807 Gregorio figura con 11 años cumpliendo por primera vez los preceptos de confesión y Comunión. En la matrícula de 1809 que se hace generalmente después del cumplimiento pascual, aparece ya como cabeza de familia José de Mier seguido de sus hermanos, algunos de los cuales desaparecen de la matrícula en años sucesivos. Así en la matrícula de 1815, junto al cabeza de familiaJosé, de 32 años, aparece Gregorio con 20 años, Matías con 18 y Celestino con 14; al año siguiente, el 1816 desaparecen los tres últimos, pero un año después, en 1817 reaparecen de nuevo para desaparecer nuevamente los tres de la matrícula en 1818. Matías y Celestino reaparecen todavía en alguno de los años siguientes como “forasteros”.

La desaparición y sucesiva reaparición de Gregorio en la matrícula parroquial entre los años 1815-1819 nos induce a creer que este, antes de su marcha a Méjico, debió ausentarse temporalmente de Redondo por causa de educación y de estudios, al igual que sus hermanos más pequeños Matías y Celestino, el último de los cuales siguió la carrera eclesiástica llegando a ser Deán de Toledo.

Creemos, pues, que la marcha de don Gregorio a Méjico debió ocurrir hacia 1819, aproximadamente, y nunca antes de 1818, o sea hacia los 22 o 23 años de edad con un bagaje nada despreciable de cultura, lo que explicaría que don Gregorio se abriera camino pronto hasta conseguir una de las mas fabulosas fortunas de la época, siendo conocido por “el Rottchild mejicano”. Don Gregorio de Mier y Terán se convirtió en un gran benefactor de su patria de adopción, fue el fundador de Nuevo Laredo y al correr de los años su nieta Susana casó con el Príncipe de Mónaco Magencio de Polignac, en tanto su otro nieto Ignacio, hermano de Susana contrajo matrimonio con doña Amanda Diaz, hija del General y Presidente de aquella república, don Porfirio Díaz.

De don Gregorio de Mier y Terán que vivió hasta los 73 años, sabemos que tuvo por lo menos los cuatro hijos siguiente: Doña Luisa de Mier y Terán y Celis, casada con don Gregorio de la Torre; don Antonio de Mier y Terán, que casó con doña Isabel Pesado, Diquesa de Mier; doña Dolores, casada con don Arístides Suberville y doña Teresa, que casó con el señor Fernández del Castillo. Ignoramos cuándo tuvo lugar el matrimonio de doña Luisa de Mier y Terán con Gregorio de la Torre, aunque suponemos que debió ser algunos años antes que el de sus hermanos; de éstos en cambio sabemos que se casaron los tres entre 1868 y 1870, primero don Antonio y después sus dos hermanas, y lo sabemos por Isabel Pesado, la cual nos da la fecha exacta de su matrimonio con don Antonio de Mier y Terán cuando hallándose en París el 5 de noviembre de 1871 escribe en sus apuntes: “Tercer aniversario de nuestro casamiento. Antonio me obsequió con una rica alhaja y Teresa con un precioso ramo de flores. Me ha dado tristeza pasarlo tan lejos del sitio donde se verificó y separada de las personas queridas que ese día nos acompañaron. Teresa es la sola que está a nuestro lado” (p.479).

A ella igualmente debemos no la fecha exacta, pero si la indicación aproximada del tiempo en que contrajeron matrimonio las hermanas de don Antonio. Así al comienzo casi del libro (p.13) al llegar a París a principios de mayo de 1870 les esperaban en la estación “Lola de Mier, hermana de Antonio y Arístides Suberville, su marido, que hacia pocos meses se habían casado en México”; y un año después, en octubre de 1871 nuevamente de paso por Paris salieron a esperarles “Teresa de Mier, hermana de Antonio y su marido Fernández del Castillo”, y al día siguiente 27 de octubre, escribe: “vino Teresa a vernos y trajo a su hijo para que lo conociésemos; tiene pocos meses; es bonito y gracioso” (páginas 475-476).

Pero lo que verdaderamente le agradecemos es el que nos proporcione incidentalmente también pero con exactitud el día del fallecimiento de don Gregorio de Mier y Terán, su padre político. Ocurrió aquel el 28 de junio de 1869, o sea pocos meses después de haber contraído matrimonio su hijo don Antonio. El 28 de junio de 1870 estaban don Antonio y su esposa en Badajoz de regreso de la playa de Belén en Lisboa e Isabel escribe en sus apuntes. “Era el primer aniversario de la muerte de mi padre político, el s eñor don Gregorio de Mier y Terán, y la Misa que oíamos (en la catedral de Badajoz) y se celebraba en el claustro, se aplicaba por su intención” (p.61); y al año siguiente por la misma fecha que el matrimonio estaba Kassel (Alemania) recuerda nuevamente el aniversario de la muerte del señor de Mier y Terán (página 335).

Mas la persona y la vida de don Antonio de Mier y Terán, hijo y sucesor de don Gregorio merecen capítulo aparte donde veremos quien y cómo fue don Antonio de Mier y Terán, el indiano que repartió mas de medio millón en dinero el año 1904 en Santa María de Redondo, la esposa del hijo de Rottchild mejicano escribió un interesantísimo libro sobre su viaje a europa.

II

Durante casi medio siglo la expresión de curso forzado acuñada por las buenas gentes de los pueblos de Redondo y de Piedrasluengas para hacer referencia a un acontecimiento cualquiera de la primera década del novecientos era invariablemente ésta “allá or el año del dinero”, y para ellos el año del dinero era el 1904.

¿La que por acaso, les toco la Lotería? No; pero en cierto sentido fue algo mejor, puesto que el reparto de casi medio millón alcanzó por igual y sin excepción a todos los cabeza de familia de los pueblos expresados. En un tiempo en que los Presupuestos generales del Estado apenas si rebasaban los mil millones, y cuando el valor de una vaca –entonces como ahora base de la economía familiar de aquellas gentes- no alcanzaba ni mucho mlenos la cifra en reales que hoy se cuenta por duros, medio millón de pesetas claro es, no servía para volver ricos a los pobres, pero qué duda cabe que una inyección de varios millares de pesetas aplicada a cada hogar podía paliar y de hecho palió los rigores de la estrechez, en muchas familias.

Y junto al reparto por familias hubo también cantidades proporcionadas aunque modestas, para las Iglesias de los pueblos así como para la construcción de escuelas. Asi es como hace ya cuarenta y tantos años que campea grabada en piedra sobre el balcón central de la escuela de Santa María de Redondo esta inscripción que aprendimos a leer siendo todavía niños. “Don Antonio de Mier y su esposa la Excma. Sra. Duquesa donaron esta escuela”.

¿Quiénes y cómo fueron los bienhechores de aquellos tres pueblos de la montaña palentina?.

De Don Antonio de Mier y Terán sabemos ya que era hijo de Don Gregorio de Mier y Terán, y aunque nacido y educado en Méjico, sintió la llamada entrañable de la tierra prinativa. Casado a finales de 1868 con una dama mejicana doña Isabel Pesado, muy poco tiempo después, en la primavera de 1870 emprendieron un viaje a Europa en el que se llegaron aquel mismo verano hasta la oculta y remota aldea de sus antepasados.

La esposa de Don Antonio de Mier y Terán, señora muy culta para su época, tuvo la feliz idea de ir anotando sin pretensiones literarias, en forma sencilla y con un tinte de atrayente ingenuidad las impresiones personales del viaje en el que el joven matrimonio recorrió casi todos los países de Europa –hasta Rusia y Polonia- y que duró dos años y medio, llegándose a Estados Unidos y el Canadá antes de rendir el viaje de regreso a Méjico. En total son 15 países y más de 80 ciudades cuya visita nos cuenta con sencillez en un libro que se titula “Apuntes de viaje. De México a Europa en los años de 1870, 1871 y 1872”, el cual vio la luz en edición particular cuarenta años después en París, en 1910.

Aunque el libro es muy parco en datos biográficos, de vez en cuando saltan acá o allá incisos, rasgos y detalles que sin pretenderlo nos descubren el perfil humano de la autora y de su esposo don Antonio de Mier y Terán.

Comienza diciendo: “Este viaje lo emprendimos mi marido Antonio, mi hermana Carmen y yo para que me repusiese de una grave enfermedad que me condujo a las puertas del sepulcro, hundiéndome en la más negra tristeza”. Llegan a Francia y de allí a Lisboa para tomar baños de mar en la playa de Belén durante 18 días. Al regreso se detienen en Badajoz, coincidiendo allí en la fecha del primer aniversario de la muerte de Don Gregorio de Mier y Terán. A continuación se dirigen hacia San Juán de Redondo adonde llegan a primeros de julio permaneciendo allí hasta los últimos días de agosto.

Describiendo la llegada a Redondo nos dice: “En Camesa (estación de Aguilar de Campoo) nos esperaban el señor Barrio, pariente político de Antonio con su hija Antonia; un carro o carreta con toldo y colchón, tirado por Cástor y Pólux. Bueyes gemelos y otro para los equipajes. Había también varios caballos de montar; tomé uno que estaba arreglado para señora...Cerca de Tremaya, me bajé del carretón y a pie llegué a San Juán de Redondo donde habían vivido los abuelos. Calculé que Antonio se impresionaría, al ver por primera vez estos sitios que no conocía y de los que había oído hablar a su familia, la que casi toda ha desaparecido” (pags. 66-69).

Don José Barrio que era natural de Verdeña casó primeramente en 1835 con doña Dolores de Mier y Terán, la hermana menor de doña Tomasa y de don Celestino; pero habiendo fallecido ésta al año siguiente de 1836 algunos años después contrajo matrimonio con doña Susana, hija de doña Tomasa y sobrina de su difunta mujer. Del matrimonio de don José Barrio con doña Susana nacieron Antonia, Ana María, Matías y Tomasa Barrio y Mier. Cuando Antonia Barrio y Mier acompañaba a su prima política Isabel en 1870 debía estar ya algo más cerca de los treinta que de los veinte años y por este tiempo habían fallecido ya su abuela y su tío abuelo don Celestino.

Lo dice expresamente Isabel con motivo de la visita que en el otoño inmediato hicieron a Toledo. “Santa Leocadia: templo pequeño con un bonito panteón; en él están sepultados los restos del canónigo don Celestino de Mier y su hermana doña Tomasa”, (pag 121).

Del buen recuerdo que en sus paisanos había dejado don Celestino de Mier y que debió hacer impresión en el ánimo de don Antonio (su sobrino) y de su esposa, nos habla ésta en los siguientes términos: “Todas las Iglesias de estos pueblos de la montaña palentina son de bóveda para resistir los inviernos pero húmedas, pequeñas y feas...Los ornamentos y vasos sagrados muy pobres, exceptuando los de Redondo y el Barrio de Arriba que para días de festividades regaló el señor Deán, don Celestino de Mier. Estos son de raso blanco y magníficos bordados chinos; con gran cuidado parecía los conservaban en dichas iglesias, tanto por su mérito, como por el recuerdo de este bienhechor que también regaló la cruz candelabros y atriles para el altar, todo de plata”. (p. 73-74).

Don Antonio de Mier y su esposa no eran simplemente unos cristianos corrientes, sino personas hondamente religiosas ambos, lo que si en la señora nada tiene de extraño, pero en un caballero joven y muy rico, en Antonio, se ha de convenir que no era corriente en su tiempo y denota ante todo que su padre don Gregorio de Mier y Terán cuidó mucho de procurar muy buena educación a su hijo dándole formación de gran señor a la antigua usanza española, tal como don Gregorio la había visto encarnada en la figura venerada y entrañable de su padre don Antonio de Mier y Mier cuando él era un niño de doce años.

Todo esto, claro es, no lo dice expresamente Isabel Pesado, pero es algo que flota en el ambiente del libro y se desprende de multitud de detalles como por ejemplo, del interés y empeño con que durante todo el viaje procuraba asistir a Misa los domingos y dias festivos aunque estuviesen en países donde para hacerlo tenían que imponerse notable sacrificio; así como de la frecuencia con que don Antonio encargaba Misas por sus difuntos asistiendo a las mismas. El 9 de mayo de 1871 el matrimonio estaba en Viena y leemos en el diario: “Santo del papá de Antonio; fuimos a mandar decir y oir unas Misas a los Capuchinos”. (p. 264); y el 27 de agosto siguiente que estaban en Badén: “Domingo; oimos misa en la parroquia y Antonio mandó decir las de fin de mes que acostumbra” (p. 398).

Es natural, pues que a ambos les produjera honda impresión la visita que el 23 de marzo de 1871 hicieron al anciano y santo Pontífice Pio IX, y que se refleja en la sobriedad con que escribe Isabel: “Hoy tuvimos audiencia en el Vaticano; a las dos de la tarde se presentó Su Santidad Pio IX, en el gran salón de Recepciones; allí estábamos reunidas más de doscientas personas, le acompañaban varios Cardenales y Obispos; entre estos se hallaba el mo. Sr. Obispo de México (Labastida) quien nos presentó a Su Santidad; entonces recibimos de su Paternal Mano los obsequios siguientes: Antonio, una pequeña estatua de San Antonio de Padua; Carmen, una pintura en porcelana de Señor San José; yo, una miniatura de la Virgen Rimini; todas con indulgencia plenaria para un día al mes; la mía, la tiene concedida los días ocho”, (p. 213).

La mesura y templanza de don Antonio apuntan en este dato: “21 de octubre de 1871 (en Edimburgo). Ha pasado Antonio mala noche...hoy muy temprano vino el doctor; le ordenó varias medicinas (se trataba de un ataque de bilis), dos de las cuales se ha rebelado a aceptar; tomar wisky y no fumar, sobre todo la primera; al fin consintió tomar cognac mediado con agua y hielo” (p. 465). Nada extraño por tanto, que Isabel profesara a su marido un gran afecto y amor que estaba a la vez íntimamente penetrado de profundo respeto.

Hallándose el 25 de agosto de 1872 en Boston, de regreso ya hacia Méjico, Isabel pone en su diario esta nota sentida y conmovedora: “Cuántas horas nos hemos encontrado rodeados de seres indiferentes, que nos sirven por lo que les damos, que ni inspiran ni sienten afecto. Entonces nuestros corazones se unen más estrechamente para recorrer el camino de la vida, en que sola, me parece no podría dar un paso. ¡Doy gracias a Dios por el excelente compañero que me ha dado!” (p. 565).

Ha terminado el viaje, un viaje, como decimos de dos años y medio y con él puede decirse que termina el libro como apuntes de viaje; sin embargo lo poco que resta –apenas 20 páginas- encierra hondísimo valor humano; escritas como están en ocaso de vida estas páginas contienen un resumen brevísimo de la vida de ambos hasta que la muerte los separó en espera de que otra vez la muerte volviera a reunirlos, para siempre. No hay que decir por tanto, que son páginas íntimamente biográficas. Dejemos a la esposa que nos resuma la vida de su marido.

De 1872 a 1885 son trece años que viven en Méjico. “Nos encontrábamos felices, cuando en febrero de 1885 (se) enfermó gravemente Antonio; mi angustia fue mortal; no me separé de su lado ni de día ni de noche. Poco a poco se mejoró, los doctores opinaron que el clima de Europa, acompañado de algunas aguas minerales y termales, le eran necesario. Tuvimos que resignarnos a emprender segundo viaje, y dejar otra vez nuestra patria, familia, amigos, casa e intereses...Ya de viaje (en Nueva York) el excesivo calor empeoró a Antonio y a mi me enfermó. Yo tenía gran temor de continuar el viaje a Europa y propuse a mi marido, regresar a nuestra patria, mas él se opuso enérgicamente. Pedí consejo al doctor (Alvarado, un buen médico mejicano), quien opinó que debíamos seguir, porque a ambos nos serían provechosas las aguas de Carisbad, que nos habían prescrito en Méjico”, (p. 603).

SE INSTALAN EN PARIS

“De Carisbad, lugar de aguas termales en Bohemia volvimos a París, para buscar alojamiento conveniente; visitamos muchos apartamentos y hoteles particulares, sin que llansen nuestros deseos. Se remataba en esos dias el hotel del principe Puspoli en la rue Daru, número 14; nos quedamos con él; estaba muy bien decorado y amueblado, pero faltaban, sin embargo algunas cosas, que era necesario comprar o mandar hacer. Nos instalamos en él, a fin de mayo de 1885 y ya ahí, todo marchó ...” (p. 605-606).

ENTRE PARIS Y BRUSELAS

“Ya de viaje o permanencia en París pasaba alegre el tiempo, cuando en 1894 el Gobierno de México nombró a Antonio, Encargado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de aquella República en Francia.
El mismo cargo le habían antes ofrecido (lo) admitido por la distancia y su delicada salud. Por servir a la patria y complacer al presidente Diaz admitió este último, puesto que estábamos radicados en París. Presentó las credenciales al presidente de aquí, Casimir Perier y pasados unos días, partió para Bruselas, a hacer otro tanto en aquella corte, donde estaba igualmente acreditado. El Rey Leopoldo II lo invitó a comer distinguiéndole con el honor de conducir a la mesa a su hija la princesa Clementina, colocándole a su derecha. Al salir de palacio tomo un enfriamiento que le atacó a la garganta, poniéndole a orillas del sepulcro” (p. 615).

JUBILEO DE LA REINA VICTORIA

“En 1897 el Gobierno de México nombró a Antonio su representante en el Jubileo de la Reina Victoria I (nació en Londres en 1819 y murió en 1901). Hubo gran recepción en Buckingan Palace...Nosotros nos alojamos en el hotel Bristol, donde tuvimos una buena habitación y carruaje particular, haciendo uso de la corte, para fiestas oficiales solamente”...
“En mayo de 1899, nuestro Gobierno nombró a Antonio, Delegado en la Conferencia monetaria, que tuvo lugar en La Haya. Ahí se reunieron representantes de todas las naciones del mundo. Dos meses y medio estuvimos en esta ciudad, en cuyo tiempo no cesaron las fiestas; sobre todo, por la noche.
Cuando concluyó la conferencia, el primero de agosto (sin gran éxito, según mi manera de pensar). Antonio se sintió muy fatigado; por orden de los doctores volvimos a Dax, a que tomara baños, y después a Biatriz para respirar el aire del mar, creyendo le sería conveniente; por desgracia no fue así.
El 22 de septiembre volvimos a París; yo veía que se desmejoraba y entristecía; perdiendo el apetito. ¡Mi angustia era inmensa! Consultamos a los mejores especialistas; todo fue en vano, el mal progresaba de día en día, hasta que llego el término fatal.
¡El 13 de diciembre de 1899 voló su alma al cielo uniéndose a su Creador! ¡No tengo palabras que expresen lo que sentí al contemplar su cuerpo inanimado...!
Después de cumplir sus recomendaciones y desempeñar varios actos que creí fuesen de su agrado, llevaba una vida consagrada a su recuerdo y prácticas religiosas...Hace diez años que vivo retirada del mundo, recibo a la familia, algunos buenos amigos y a mis hermanos cuando han venido de México; esto es mi consuelo; pero la idea de no ver más la patria y la mayor parte de mis deudos que ahí habitan es el punto negro de mi existencia.
Por lo demás estoy resignada con la voluntad de Dios, llevando en su amor los padecimientos físicos y morales que Su Majestad me envía. ¡Vivo con los recuerdos del pasado, fija la mirada en la verdadera patria! (pags. 619-622).
Cuando “la Señora” –así dicen siempre aquellas buenas gentes refiriéndose a la esposa de don Antonio- “cumpliendo sus recomendaciones (de su marido) y desempeñando varios actos que creí fuesen de su agrado”, hizo la espléndida donación referida a los modestos aldeanos de aquellos pueblos e instituyó sendas obras pias a favor de las parroquias nativas de la familia de don Antonio, o sea de San Juan y de Santa María de Redondo y de Santa Ana de Piedrasluengas, la piadosa “Señora” “solicitó del señor Obispo como una gracia, que los señores Curas de estos pueblos celebren una Misa rezada el día 13 de cada mes el de San Juán, y una vez al trimestre en la misma fecha el de Santa María (y el de Piedrasluengas) por el alma de su marido y por la suya una vez que hubiese fallecido”.
Hace, pues, medio siglo cumplido que las humildes y agradecidas gentes de aquellos pueblos rezan en “lamentación” de la Misa parroquial del domingo y los sacerdotes vienen interrumpidamente aplicando las Misas prescritas por el alma de sus bienhechores don Antonio de Mier y Terán y de su esposa la Excma. Señora Duquesa de Mier, testimoniando así la perenne vinculación de aquellos pueblos a la familia de Mier y Terán.

 

CONDADO DE LA PERNIA

S E X T A C O N F E R E N C I A

a cargo de Don Laureano Perez Mier

Tema:

E L C O N D A D O D E P E R N i A

BENEFICIOS QUE EN LA EDAD MEDIA REPORT REPORTO EL SEÑORIO TEMPORAL DE

LOS OBISPOS.

 

Excmo Sr. Arzobispo de Granada y Administrador Apostólico de Palencia, Dr. D. Agustín Parrado García.
Señores….

Señoras…

En un estudio histórico de la Diócesis de Palencia, aunque tenga que ser forzosamente rápido y sintético como el presente por la necesidad de encuadrarlo dentro del marco estrecho de esta Semana, no debía faltar un puesto para el Condado y Señorío eclesiástico de Pernía, que, si no el más bello y rico ornato de la Sede Palentina , constituye al menos una de las piedras más antiguas que adornan la Cruz Pectoral de los Obispos de Palencia, casi desde los remotos días de la restauración de la Diócesis en el siglo XI.

Como justificación de mi presencia en este estrado, junto a figuras todas ellas ilustres y esclarecidas, y no sabría ofrecer a vuestra benevolencia sino simplemente esta consideración: un requerimiento para mi el más autorizado que, sin duda, creía compensar la falta de otras prendas con el amor y el cariño que todo hijo bien nacido pone en las cosas de su madre.

 

I.- EL TERRITORIO DE LA PERNIA-SU SITUACION-DIOCESIS  

Situado en el extremo Norte de la actual provincia de Palencia, en el Partido de Cervera de Pisuerga, hállase el territorio que constituyó en la antigüedad el Condado de Pernía. Comprende una extensión aproximada de trescientos cincuenta kilómetros cuadrados, que siguiendo los confines septentrionales de la provincia limita al norte con Liébana y Poblaciones, por el este con el Valle de Campóo y las montañas de Brañosera, al sur con el territorio de Cervera y al oeste sigue la divisoria de las aguas entre el Pisuerga y el Carrión.

El territorio de Pernía se encuentra por tanto en el corazón de Cantabria entre la antigua Tamárica sobre el Carrión junto a Velilla de Guardo y el célebre Julióbriga situada cabe el Ebro muy cerca del sitio donde hoy se levanta Reinosa. (1).

Su historia comienza en la época Romana con la ruda y tenaz resistencia de Cantabria contra el invasor. Según el testimonio de los historiadores romanos, vencidos los cántabros en campo abierto, se refugiaron en los lugares más ásperos y fragosos de Cantabria corriéndose desde los orígenes del río Ebro hacia el monte Vindio, que situado al poniente de Reinosa se extendía desde el puerto de Sejos y los montes de Brañosera en el extremo oriental, por el Pico Tres Aguas, Peña Labra y Peña Sagra hasta Sierras Albas y Fuentes Carrionas por el occidente. Amparados los cántabros en la altura insuperable de sus montañas creíanse inexpugnables, seguros de que "primero llegarían allí las alborotadas olas del mar que las soberbias y rapaces águilas romanas"; pero lo que no pudo la fuerza de las armas lo consiguió la astucia imperialista, y sitiados por hambre, fueron dominados y vencidos los cántabros.  

Mas no eran los montañeses hombres que soportasen fácilmente el yugo del vencedor, por lo que revolviéronse repetidas veces contra sus dominadores. Así refiere el historiador Dion Cassio que en el año diez y nueve antes de Cristo muchos de los que habían sido hechos prisioneros y vendidos como esclavos, mataron a sus señores y volviendo a su tierra movieron gente a su alianza y se apoderaron de algunas fortalezas.

Acudió contra ellos Agripa con lo más escogido de las legiones romanas y tras no pequeños esfuerzos logró dominar la insurrección y para evitar nuevos peligros mató a casi todos los que manejaban las armas y a los demás desarmóles y les obligó a que abandonadas las montañas bajasen a vivir al llano.

"Cántabros que essent militari aetate omnes prope delevit, reliquos armis exuit et ex montanis locis in campestres transtulit" (2).

Sin embargo, este bajar a lo llano, escribe Flórez, no fue tan general que las montañas quedasen despobladas, ya que bastaba para el fin de la paz quitarles las armas, emplazar fortalezas en los sitios estratégicos y disminuir la población como se hizo obligando a los más rebeldes a que bajasen a vivir a tierra llana (3).

Vestigios de la dominación romana en esta intrincada porción de Cantabria son las vías romanas que, partiendo de Tamárica junto a Velilla de Guardo la primera, cruza el Carrión al Nordeste de Vidrieros por el puente Tebro, remonta luego el curso del río hasta su origen, atraviesa la cordillera Cantábrica por el paso existente entre Fuentes Carrionas y Sierras Albas en el sitio donde siglos más adelante hubo un hospital o venta, penetra en la actual provincia de Santander por Caloca y Vendejo y desciende luego hasta el fondo del valle de Liébana por la vereda sobre la que más tarde se había de levantar el célebre monasterio dúplice de Santa María de Piasca (4).

Existen igualmente trozos notables, algunos bien conservados, de otra vía romana que, como la anterior, marcaba los confines de Pernía, y que partiendo de Reinosa en dirección suroeste penetraba en territorio de Brañosera; pasaba luego por la ciudad ibérica de nombre desconocido que se menciona en el mismo documento con la denominación genérica de "illan civitatem antiquan", aquella ciudad antigua y continuaba hacia el Oeste por Herreruela, buscando un punto de enlace con la vía anterior que permitiera movilizar fácilmente las fuerzas de las cohortes entre Tamárica y Julióbriga y asegurara así la dominación de aquella abrupta zona.

No lejos de la ciudad ibérica situada junto a Brañosera y a muy corta distancia de la citada vía romana existe una elevada colina, cuyo nombre "Viarce" presenta reminiscencia, y rememoración más o menos trasmutada de un nombre ibérico de ciudad, ya que la terminacion "se" y más caracteristicamente aún "rse" no es extraña al lenguaje ibero del que aún tenemos testimonios, (numismáticos principalmente) que por su actual sonido no serían muy dispares del que nos ocupa, como por ejemplo, Cose (Tarragona), Arse (Sagunto). Cuestión sumamente ardua determinar hoy con seguridad, en medio de la gran carencia de datos y de la actual posibilidad de completarlos, si dicha antigüedad es de origen ibérico o simplemente romano, significando entonces el vocablo en cuestión un lugar de presidio o fortaleza militar.

Sea como fuere, emplazamiento de ciudad o simplemente fortaleza militar, lo cierto es que situado sobre la vertiente de dos valles, dominaba los poblados tendidos a sus pies, aseguraba la libertad de la vía romana y servía de llave para escalar las crestas de Peñalabra y Pico Tres Aguas, reductos inexpugnables del monte Vindio, ya que, según escribe Fernández Guerra, en torno de Cantabria para amarrarla como con una cadena y para afianzar su conquista, Roma erizó de castillos los caminos desfiladeros (5)

Una vez terminada la guerra y pacificado el territorio, la Cantabria sufrió sucesivas transformaciones, adjudicándose primero el territorio ganado en la guerra a las dos provincias romanas la Hispania Oiterior y la Lusitania e incorporando más tarde Asturias y Galaecia a la Oiterior.

A fines del siglo III en el Imperio de Diocleciano se verifica la desmembración de la Hispania Oiterior en tres provincias, la Tarraconense , la Cartaginense y la Galaecia. No es empresa fácil señalar los límites de estas provincias, sobre todo a medida que se acercan a los puntos de convergencia de unas y otras en la zona cantábrica. Para reconocer los límites se hace necesario acudir a las divisiones eclesiásticas, ya que según consta de diversos documentos, la Iglesia ordenó que la división eclesiástica se conformase con la civil (6).

Si es enteramente cierto que la diócesis de Palencia pertenecía en este tiempo a la provincia Cartaginense, no resulta tan seguro ni mucho menos, señalar los límites de la diócesis ni de la provincia Cartaginense en el territorio de Cantabria. Flórez traza sus límites occidentales siguiendo una línea que va desde Ríoseco por Saldaña hasta la proximidad de las Fuentes del Ebro: de modo que el nacimiento de los ríos Pisuerga y Carrión, quedasen dentro de la provincia Cartaginense. Casi al mismo sitio hace confluir la línea oriental que separa esta provincia de la Tarraconense , línea que arranca de los montes como el Pico Tres Aguas y los montes de Brañosera que separan en su origen las vertientes del Ebro y del Pisuerga (7).

Sánchez Albornoz (8), no está conforme con los limites fijados por Flórez, pues en los primeros tiempos de la Iglesia Hispano _Cristiana, en el Norte de España cada Obispado abarcaba la comarca habitada por una o varias tribus menores y afines. Es, pues, probable, según dicho autor que la raya de la Cartaginense y con ella los límites de la diócesis de Palencia, siguieran la línea divisoria de Vacceo y Cántabros, línea que, partiendo de los alrededores de Cistierna junto al Esla, sigue la divisoria de la zona montañosa internándose primero en el territorio de Guardo y bajando después hacia Herrera de Pisuerga como hace en la actualidad la raya del partido de Cervera.

Así como la diócesis de Palencia correspondía a los Vacceos, el citado autor atribuye a los cántabros el Obispado de Amaya, del que se hace mención en las Fuentes de Nómina Ovetense (9). Pero según hace notar el Padre Villada "el no aparecer la diócesis de Amaya en ningún concilio ni es ninguna de las otras listas y documentos de la época, hace sospechar que es de fundación posterior al 711" (10).

Apoyado en estas razones y fundado además en la fijeza y constancia con que aparece incorporado a León desde los primeros tiempos de la reconquista el territorio comprendido en las fuentes del Pisuerga y del Carrión, me inclino a aceptar la opinión de Flórez cuando atribuye a la provincia Cartaginense y diócesis de Palencia esta porción de Cantabria.

En el archivo de la Abadía de Lebanza se conserva un documento notabilísimo del que nos ocuparemos más adelante con detención, y según consta del mismo, las tierras de Liébana con la salida al mar, lo mismo que Saldaña y Villasarracino, todo ello pertenecía al reino de León durante el primer "tercio del siglo X, en el año 932” .

Comparto también el pensamiento del Padre Luciano Serrano (11) de que Cantabria no sufrió trastorno alguno de consideración en su organización eclesiástica durante la época visigótica, ya que según todas las probabilidades, su territorio perteneció a tres diócesis distintas: a la de Calahorra, a la de Oca y a la de Palencia, a la cual pertenecían el territorio de Aguilar y los orígenes del Pisuerga: opinión que acepto por lo que hace a los orígenes del Pisuerga, pero no así en lo referente al territorio de Brañosera y Aguilar que incorporado desde el principio de la reconquista, según se desprende de la carta-puebla a la tierra que constituyó luego el Condado de Castilla, parece más probable que perteneciera de antigua a la diócesis de Oca. Vienen también a confirmar este punto de vista documentos posteriores de la Abadía de Lebanza, alguno de los cuales perteneciente al siglo XII, nos muestra al lado de condes de Piedras Negras y Cervera, otros condes subordinados suyos en Mutave o Mudá que constituía al parecer el puesto avanzado en la línea oriental de sus dominios (12).

Destruida la ciudad de Palencia en la invasión sarracena, sus Obispos se refugiaron en Asturias, donde sucediéndose unos a otros continuaron usando el título de Obispos de Palencia. Así vemos que en el reinado de Don Alfonso II el Casto, era Obispo de Palencia Abundancio, según consta del Concilio ovetense celebrado en 811. En los tiempos siguientes no suena ya Obispo de Palencia, escribe el P. Risco (13), pero Don Matías Vielva, hace constar en la silva palentina (14) que, según el testimonio del investigador palentino don Bernardino Martín Minguez, en una escritura de Don Ramiro I de León, otorgada el año 844, firman los obispos de Zamora, de Dumio, de León y Julián, Obispo de Palencia.

Una vez iniciada la reconquista, pocos años después, a mediados del siglo VIII, Alfonso I el católico arrancó a los musulmanes extensos territorios, llevando sus conquistas tierras adentro por León y Castilla. Paralelamente a este movimiento de reconquista, pero más a retaguardia y a distancia de la línea fronteriza, se realiza lentamente la repoblación de Liébana...Trasmiera y Bardulia, que más tarde se había de llamar Castilla; es decir, q ue entre mediados del siglo VIII y comienzos del IX van repoblándose las montañas de León y Castilla en su vertiente meridional y sus moradores van poco a poco dejando el abrigo de la montaña para establecerse en la llanura (15).

Y es precisamente en este momento, e n los primeros años del siglo IX, el 824, cuando Brañosera nos ofrece la carta-puebla más antigua de España, y mil años después, en el día de hoy, todavía permanecen inalterables los nombres de sus términos y la división de sus confines con el territorio de Pernia, y aún quizá, quizá, los mismos términos fijados en la carta-puebla -"per illum pradum porquerum, per illas cobas regis et per illa penna robra"- señalaran en la antigüedad la divisoria septemtrional entre el teritorio de Pernía, sometido al reino de León, y el naciente Condado de Castilla, cuyos primeros condes, (16) el conde Nuño Nuñez y la condesa Argilo otorgaron la carta-puebla de Brañosera, confirmada posteriormente por sus sucesores Gonzalo Fernández (en el año 998), Fernán González (en el año 965) y Sancho García (en el año 998), todos los cuales se proclaman nietos y biznietos del Conde Nuñez y de la Condesa Argilo (17).

En vista de estos y otros datos, así históricos como geográficos, acaso no resulte infundado suponer que la divisoria de los montes y de las aguas entre Brañosera y Pernía marcaba la frontera primitiva del Condado de Castilla con el Reino de León, iba luego la línea fronteriza por las alturas que separan a Mudá del Valle de Santullán y corriéndose más abajo con el río en dirección del Este, seguían las montañas de Aguilar hasta unirse al Pisuerga en las inmediaciones de esta Villa, que es como veremos en seguida exactamente lo que hace la raya de la diócesis de Burgos en el siglo XI (entre los pueblos de Redondo y Brañosera se celebra cada nueve años el deslinde de los respectivos términos "corriendo la mojonera" sobre el terreno, acto que se verifica ante notario público que levanta escritura del mismo. He podido examinar las escrituras sin interrupción por espacio de cien años, hasta 1838, sin encontrar referencia ninguna sobre la fecha ni la ocasión de su origen).

Durante el tiempo que transcurrió entre la destrucción de la diócesis palentina y su restauración a mediados del siglo XI, a medida que se iban arrancando del poder de los sarracenos los antiguos términos de la diócesis, se adjudicaban primero a la diócesis de Oviedo, y luego, con más frecuencia, a la de León. Así, por ejemplo, en el año 905 el Rey don Alfonso III el Magno concedió a las Iglesias de León y Oviedo, por mitad, todas las Iglesias comprendidas entre Astorga y el río Carrión, desde su nacimiento hasta que desemboca en el Pisuerga, y desde allí hasta Zamora. Asimismo, otorgó a las dichas Iglesias de León y Oviedo la ciudad de Palencia, con su diócesis (18). Y once años más tarde, Ordoño II concedió a la Iglesia de Santa María de León los términos de Dueñas, Cabezón...los dos Vertabillos, Saldaña, los dos Cevicos, Tariego, Baños, Palencia, Monzón, Santa María de Carrión, Saldaña y San Román de Entrepeñas con su alfoz, Castetelión (Castrejón), Cervera y Peñas Negras con su alfoz y tambilén Liébana y todo lo comprendido por las peñas de aquellos puertos hasta los susodichos términos de Astorga (19).

Coincide con esta división, por lo menos en lo que toca a los límites septentrionales, la famosa Itación de Wamba, en la cual, aunque apócrifa, se lee: León vaya por los montes pireneos, por peña Rubia y la mitad de Liébana, por Cervera, por Peñas Negras, por Abia, hasta el río Carrión, etcétera (20).

Restaurada en 1033 la diócesis de Palencia por Sancho el Mayor de Navarra, en el mismo documento de restauración se lee: "De la misma manera damos a la sobredicha sede de Palencia y a todos los Obispos y Canónigos que ahí hay o adelante fueren...Buardo, Camporredondo, Alba con los términos de todos ellos"..."Este es el término de la Sede Palentina : Desde donde correo el río Cea hasta que se difunde el río Duero; y de la otra parte adonde nace el río Pisuerga y va hasta el Castro de Peñafiel y el mismo Csatro con sus términos antiguos" (21).

La restauración de la dióceses de Palencia con la siguiente concesión de Iglesias, suscitó, como no podía menos, las querellas de los Obispos de León y Burgos, que creyeron disminuidos sus derechos. Entonces, el Rey Don Fernando I, en privilegio del año 1059, confirma y renueva la concesión de su Padre Don Sancho el Mayor: "Dono y concedo, dice, a la ya muchas veces nombrada Sede de Palencia...Buardo, Camporredonde, Alba con sus términos y los términos de los demás y porque, como ya diximos, los Obispos de León y Burgos, Alvito y Gomesano, se quejaban que tenían disminuidas y no determinadas sus parroquias, con su concejo, el de sus Iglesias y de todos mis Magnates y con sus beneplácitos, hizimos esta determinación y descripción de la diócesis Palentina. Castellón, con sus términos antiguos y juntamente con sus términos antiguos y alfoces. Ebur, Mudave, Orcello y de Cadeira, Valle Cure (Valoría?), Vezerril, La Vid , Herrera, Avia, Santa María de Carrión, etcétera (22). Los límites de la diócesis que aquí se señalan aparecen sucesivamente confirmados por Bulas de Urbano II (en 1095), de Pascual II (en 1116), de Alejandro III (en 1163) y de Lucio III (en 1181), entre otros.

Pascual II, en Bula de 1116 al Obispo de Palencia, le confirma la posesión entre otros, de los Municipios siguientes: Castellón, Ebur, Orzellón, Valoria, Vezerril, La Vid , Herrera, Avia, Santa María de Carrión, etc...Mudave, o sea casi los mismos términos y en el mismo orden del privilegio de Don Fernando I (23) y lo mismo hacen Inocencio II y Hororio II.

Urbano II, con fecha de cuatro de mayo de 1095, confirmando los términos de la diócesis de Burgos, le dice al Obispo Don García que mantenga siempre su Iglesia los términos de sus predecesores, conviene a saber: "Desde las poblaciones que están en los montes pireneos hasta el Mar, y las Asturias (de Santillana) hasta el rio Deba, que baja de los susodichos montes pireneos y según corren las aguas hacia el Mediodía entre Mutave y Rotundo hasta Peñaforada y luego el río Pisuerga hasta que entra en el Arlanza" (24).

Coincide en un todo con la anterior división la contenida en las Bulas de Alejandro III y de Lucio III al Obispo de Burgos (25).

Comparando, pues, unas con otras las Bulas y Privilegios, claramente se deduce que la diócesis de Palencia abarcaba el nacimiento de los ríos Carrión y Pisuerga, descendía luego hasta Mutave, que históricamente demostramos ser Mudá (26), bajaba después hacia Bur (?) e iba por Valoria, Becerril del Carpio, La Vid , Herrera, etc., al paso que a la diócesis de Burgos pertenecian las Asturias de Santillana hasta el río Deva y en el valle del Pisuerga el teritorio de Brañosera y Aguilar, limitado al occidente por Redondo, Mudá y Peñaforada, hasta encontrar la línea del Pisuerga en las proximidades de Aguilar.

Queda, pues, demostrado, que el territorio de Pernia perteneció a la antigua diócesis de Palencia, no sólo en la época visigótica, sino también inmediatamente después de su restauración en el siglo XI.

 

NOTAS BIBLIOGRAFICAS

 

(1) Flórez: E. S. t. 24, La Cantabria , pags. 3-7
(2) Jusué (Eduardo); Documentos Inéditos del cartulario de Santo Toribio de Liébana durante el reinado de Alfonso II, págs. 75 y sigs. t. 46, B:A.H.-La era consular de una lápida romana inédita que existe en Villaverde, provincia de Santander, a unos doce kilómetros de Potes, páginas 45-50, t. 69 B.A.H.
(3) Flórez: E.S.t.24, La Cantabria , pág. 161.
(4) Archivo de la Abadía de Lebanza: Mapas a pluma de la Abadía de Lebanza. Mapa geográfico de la privincia de Palencia, hecho por don Tomás López, geógrafo, el año 1782, Madrid.
(5) Fernández Guerra (Aureliano): Cantabria; (Bol. Soc. Geográfica, IV (1878), págs 29 y 30.
(6) G. Villada (Zacarías): Historia Eclesiástica de España, págs. 210-211, t. 2, vol. I, Madrid (1932).
(7) Flórez: E. S. t. 5, págs 6-7, 49; t. 4, pág. 106.
(8) Sánchez Albornoz (Claudio): Divisiones tribales y adminstrativas del solar del reino de Asturias en la época romana, págs 292-293, t. 95 (1029), B. A. H.
(9) Sánchez Albornoz: Obra cit. pág. 293, nota 3ª, t. 95. B. A. H.
(10) Villada: obra cit. pág. 214, nota 5ª, t. II, vol. I.
(11) Serrano (Luiciano): Historia de Castilla, páginas XXXV-XXXVI, t. III, Valladolid (1910).
(12) Archivo de la Abadía de Lebanza: Donación de una casa en Bergaño por María Fernández y Rodrigo González, su marido, en favor de Pedro Sebastián Abad y los demás que habitaban con él en Lebanza, núm. 26.
(13) Risco (Manuel): E. S. t. 37, págs. 267 y sigs.
(14) Vielva (Matías): Silva Palentina, compuesta por Don Alonso Fernández de Madrid, Arcediano de Alcor y Canónigo en la S. I. C. de Palencia, anotada por don Matías Vielva, págs. 5-6, nota 1ª t. I, Palencia (1932).
(15) G. Villada (Zacarías): Crónica de Alfonso III, páginas 68-69, Madrid (1918).
(16) Flórez: E. S. t. 26 págs. 55, 59, 66. Ballesteros y Beretta: Historia de España t. II, págs. 214-215, Barcelona (1920); Menéndez Pidal (Ramón): La España del Cid, t. I, págs 292 y sigs. Pamplona (1615 y 1634).
(17) Sandoval (Prudencio); Historias de Idacio...; de Isidoro...; de Sebastián...; de Sampiro...; de Pelayo..., páginas 292 y sigs. Pamplona (1615 y 1630).
(18) Risco: E. S. t. 37, pág. 335.
(19) Risco: E. S. t.34, pág 435.
(20) Flórez: E. S. t. IV, pág. 231.
(21) Vielva: Obra cit. pág. 102.
(22) Vielva: Obra cit. págs. 107-108.
(23) Archivo Catedral de Palencia: Armario 3, legajo 8, número primero.
(24) Flórez: E S. t. 26, págs 229-230.
(25) Flórez: E S. t. 26, pág. 474.
(26) Archivo de la Abadía de Lebanza: Donación de una casa en Bergaño por María Fernánde y Rodrigo González, su marido, en favor de Pedro Sebastián Abad y los demás que habitaban con él en Lebanza, número 26.

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