La Pernía, montana palentina

Tormenta

Subiendo a las montañas se encuentra uno con infinidad de sopresas, entre ellas puede suceder que, después de una mañana agradable y soleada, aparezcan en el horizonte unos nubarrones amenazantes que comienzan a envolver las cimas circundantes. Repentinamente, se desata una tormenta. Todo se oscurece, el viento ulula, un destello zigzagueante rasga el cielo y la lluvia azota. Comienzan a formarse riachuelos, el suelo se vuelve resbaladizo haciéndose peligroso a cada paso. Un poco más y llueve a cántaros. Se vuelve necesario avanzar encorbados para resistir las ráfagas. Se borran los senderos.

Al atardecer se va perdiendo la visibilidad. Si quieres encender una fogata el viento apaga los fósforos, el mechero o las cerillas. La ladera se converte en un río. Se golpea uno contra los troncos de árboles caídos. Pero hay que llegar. Al bajar por los abruptos senderos las sombras del bosque te van envolviendo. Tienes que ir abriéndote paso por entre los matorrales. La lluvia arrecia y azota todo con fuerza. Miles de escurrimientos de agua por todas partes. Te resbalas en el piso cubierto de musgo. Pero si no cesas en tu intento llegarás sano y salvo a la casa, donde acurrucado junto al fuego, al principio tiritando de frío y empapado, descansarás en la tranquilidad del hogar como pocas veces en tu vida.

 

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